miércoles, 10 de octubre de 2012

Sueños enlatados en una lámpara de metal, cómo los genios.


Vivimos en un mundo en el que el dolor nos ha obligado toda la vida a mantenernos fuertes. Vivimos momentos que nos consumen, que nos hacen desear nuestra propia muerte. Hay veces que todo carece de sentido y otras que nos sentimos afortunados de seguir con vida. Con Vincent todo aquello pasaba de golpe. Era un huracán que se lo había comido, que le había mordido la cara como un perro rabioso. Ahora se miraba al espejo, apretaba la corbata contra su cuello con decisión y cogía las llaves del coche dispuesto a deshacer los errores que había cometido días atrás. Anastasia era para Vincent un reto que le había hecho arder en las llamas del averno. Le daba tanto miedo como le gustaba y aquello no podía estar bien. Si algo no podía evitar era necesitarla, no tenía ni idea del tiempo que llevaba sin verla desde que la dejó en su casa aquella tarde nublada de verano en la que, afligida por el momento, se sinceró con el actor destrozándole el corazón, algo que la rubia no sabría jamás. Sentado en el asiento del piloto y girando cada esquina como si de una carrera se tratase el Vincent sensible había dejado dormida a una Sandy en una cama demasiado grande para ella y esperaba encontrarse a Sia ya esperando. Vestido no para una ocasión así había guardado en secreto el momento, lo había sellado, porque cuando él quería las cosas podían cambiar mucho.

Le había enviado el mensaje haría unos quince minutos. Si se daba prisa aún tendrían tiempo de mucho. Le importaba bien poco lo que pudiese decir. Había llegado un momento en su vida en el que no el tenía miedo a nada más que a su corazón, que latía a toda prisa como el del quinceañero despreocupado que ha quedado con la chica de sus sueños, una mentira bastante lejos de la realidad que era otra muy distinta. Se iba a encontrar con la mala cara de la rubia para llevarla al lugar perfecto, con la temperatura perfecta y con el acompañante imperfecto. Se remangó la camisa y aparcó el coche delante de la casa de la chica apagando las luces para no levantar sospechas. Era tarde, demasiado, pero le urgía tenerla a su lado, quizá nunca entre sus brazos, quizá jamás podría sentir por ella algo más que una enfermiza amistad pero se conformaba con que no le odiase. Me duele que no pueda decirte que me muero pero más me duele sentir que ya no quieres verme, estar a mi lado. Pedirle perdón por un ataque de dolor repentino, por unos celos prohibidos, enseñarle que él podría ser mejor pero que nada de eso está bien. Al menos, por una noche, alejarla de la realidad que la rodeaba, que los ahogaba a los dos para mostrarle que, más allá de las noches de llanto y el placer de las sábanas de seda existe un amigo que se ha forjado una vida a base de dolor que aún la quiere, que aún la sueña, que aún tiene la esperanza de que ella no se olvide jamás de que ha existido un hombre llamado Vincent capaz de quererla hasta no saber dónde estaba el límite.

3 comentarios:

  1. Tan jove i amb tant coneixement, Drew... m'ha fascinat aquest pedaç. Potser per l'inevitable reflexe, potser perque no t'imaginava aquesta savia tendresa.

    Segueix sorprenent-me, si us plau.

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    1. Soc una romàntica empedernida. No puc evitar-ho i m'encanta. Em queda tan per apendre. Has de saber que estic agafant moltes influències teves també. Pero m'agrada que algún com tu em digui coses com aquesta. Em sento terriblement afornutada. <3

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  2. Ens alimentem els uns dels altres. Fagocitem sempre que vulguis, preciosa.

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