martes, 16 de octubre de 2012

Se llama Ginebra.

Su mirada era tan dulce como el azúcar, un océano infinito dónde podría perderme. Juraría que ya la había visto en otra parte. ¿En la carnicería, quizá? Incluso las mujeres tan preciosas como ella debían de comer algo de carne. O quizá era vegetariana. Podríamos descartar la carnicería. Era un lugar más frecuentado aún. Era un lugar de película, de esos en los que parece mentira que alguien pueda conocer a otro alguien, en realidad no la había conocido, sólo la vi pasar y la tache de amor de mi vida, cosas que pasan. Pasan porque a mi me solían pasar muy a menudo. Siempre acertaba, lo que pasa que con las mujeres parecía no funcionar. Había desistido hacía meses. No, años no, he estado desesperado unos cuantos más de los que debería. Tenía una cabellera rubia y larga, creo que no llegaba a su cintura pero se acercaba. Se contoneaba como una maldita Diosa y yo no podía apartar la mirada de ella, ni yo ni la docena de tíos de... dónde fuese que la vi por primera vez. Juraría que jamás perfección igual había llegado a mis ojos, pero lo mejor de todo estaba por llegar.

Yo, de lo más mundano. Decía que medía uno ochenta cuando no llegaba al metro setenta y cuatro. Juraría que ella al menos medía uno setenta y siete, no me la quería imaginar entaconada. El color de mi pelo era una mezcla extraña entre el castaño y un pelirrojo raro que no le gustaba a nadie. A mi me encantaba. Creo que es de aquellas cosas que le hacen a uno ser ese mismo uno y no otro diferente ¿Me explico? No, yo no era rubio ni brillaba mi pelo al sol como hebras de oro, pero, a pesar de todo, tampoco era un adefesio, mirarme no era tan difícil, creo yo. De lo que no me he podido quejar es de mi cuerpo atlético, me encanta. Mi nariz es algo más grande de la cuenta pero mis ojos verdes ayudan a esconder todo lo "anormal" que pueda llegar a eclipsar mi rostro. ¡Maldita sea, no soy feo! Soy del montón. Tras mi oreja se dibujaba una bonita ala angelical, casi tanto como ella, adoro sentirme libre, sentir que el mundo es libre aunque no sea realmente cierto. De sueños se vive, yo soy un soñador, por eso sueño con ella.

No te digo que me he enamorado porque diría la verdad y ahora mismo prefiero mentirte. Es mona. Gilipollas, está buenísima, he dicho ya que es una diosa ¿A quién engaño?. "Una mujer como ella no se fijará en un hombre como tu, Mario." ¿Un consejo? A los amigos ni caso. Ni agua. ¿He dicho ya que era preciosa? Rubia, de ojos azules, de tez clara. ¡La conocí en la estación! ¿Cómo no me he acordado de ello? Claro ¿Quién en la vida real conoce a alguien en una estación? Bueno, que no la conocí, sólo la vi. Sólo cruce mi primera mirada. Sólo perdí la noción del tiempo. Sólo pedí a Dios en un susurro desesperado que ella se fijase en mi. Sólo suplique, de rodillas, una mirada que quedase a fuego entre los dos, por siempre. Y rogué, entonces, que volvérmela a encontrar sería el único motivo real por el qué lo dejaría todo. ¿Se puede enamorar uno frente a una sola corriente eléctrica esperando un maldito tren en una maldita estación? Se llama, Ginebra, y es incluso más adictiva que la que ya conocemos.

2 comentarios:

  1. En la panadería querría encontrarla, envuelta entre aromas de pan recién hecho y bollos de crema de limón. ¡No! Mejor en una floristería, rodeada de tulipanes, de lirios, oliendo a azahar y jazmín. Miento, quiero descubrirla en un parque, leyendo a Saramago en un banco mientras el sol juega con sus hilos de oro...
    ¿Cómo es posible que lo haya olvidado? Conocí a Ginebra. En esa ocasión me leyó a Galiano y olía a gasolina.
    Y si. Irremediablemente...

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    1. Ginebra. Ese amor lejano y totalmente platónico. Esa película mental y tan poco real. Soñar no vale dinero. Vivamos entonces de los sueños.

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