jueves, 14 de febrero de 2013

No quiero.

Una noche más. Pasaba él uno de sus brazo sobre los hombros de ella y besaba su cabello, aspiraba su olor deseoso y volvía a concentrar su mirada en la televisión. Esta última no decía nada, algún anuncio de dentífrico mal diseñado. La lamparita de la mesilla les abrazaba tenue sin darles calor. El viento se colaba entre las rendijas de aquella vieja ventana y el anillo rodaba en su dedo, en el de ella, como un juguete sin ánimo de serlo que corría el peligro de romperse. ¿Qué pasaba por su mente? La pequeña Violeta se hacía mayor. Había cumplido los veinticuatro y llevaban juntos más de cinco. La pequeña Violeta, en otra ocasión habría sonreído. Hacía un par de meses que le había pedido matrimonio. Pero hacía más de tres que aquella radiante sonrisa se había cruzado en su camino. ¡Qué peligroso es el corazón!.

La mañana era helada. La nieve cubría las calles y ella llegaba tarde a la oficina, un trabajo aburrido, sin sonrisas encandiladoras de por medio. Se paró en la nueva cafetería de la esquina, que por razones que desconocía hasta ella misma nunca se había parado a pisar, y sin mirar al camarero concentrada en su nuevo Iphone séis y en los tres mensajes de su jefe le pidió un café con leche para llevar. Si la existencia humana no fuese tan caprichosa y si el corazón no nos pidiese más de lo que podemos darle probablemente las cosas se hubiesen quedado ahí. Pero en algún momento ella alzaría la vista y se la cruzaría con aquellos eternos ojos azules que la llevarían de nuevo a pisar de puntillas la cuerda floja de los sentimientos. El destino caprichoso se la llevaba de cabeza. Dulce. El azúcar se desparramó sobre la barra de forma torpe y descuidada porque ella no podía dejar de mirarle. El fue cordial. 

Todas las semanas se levantaba más temprano. Se vestía y salía corriendo para tomar el café en la mesa del fondo, esperando que él siempre la sirviese a ella. Que se acercase y le volviese a sonreír. Todos los días, incluso los fines de semana, el despertador sonaba media hora antes, una hora antes, hora y media antes. Se apoyaba en la barra y disfrutaba de las noticias del día con sus comentarios graciosos y esa chispa natural que nadie más que él podría tener. Tres meses atrás.

Una noche se sentaría en la mesa y le pedirían matrimonio. Uno lejos del joven del café recién hecho. Jorge era su novio. Mario quería ser su amigo. Las tornas se habían cambiado. El destino es caprichoso, casi tanto como lo somos nosotros. Hace casi dos meses que Violeta dio un si quiero que no sentía. Hace más de dos semanas que de reojo ve sonreír a Mario. Hace más de tres meses que no ama a Jorge. A Mario parecía que lo conociera desde siempre. 

miércoles, 13 de febrero de 2013

Sé.

Pocas cosas son las que realmente sé. Sé que me gusta. Sé que me atrae ¿Sé hasta que punto? Nunca sabré hasta que punto. Deslizando suavemente las sonrisas por el conducto de la locura y la enfermedad siempre nos topamos con la misma clase de muro, ese que es difícil de saltar. Y entonces locamente te sonríe, y aunque está ahí no puedes tocarle, completamente inalcanzable. ¿Habrá pensado en mi alguna vez? Niegas, porque debes negarlo. Otros brazos le acunarán esta noche. Me pegaré a mis sueños otra vez, una más, una tras otra para poder vivir de la esperanza de sentir algo que está prohibido en mi mundo. Recordaré, como su risa ha atrapado mi corazón rebelde y como su nombre se ha repetido y mi cabeza una y otra vez como las campanas de aquella vieja iglesia que a deshora vuelven a sonar. Abrazas el silencio por no acogerte al ruido y no volverte loca. Te sientas. Te levantas. Te vuelves a sentar. Bienvenido a mi mundo, esperaba que no esterases jamás. ¿Conoces eso? Un mariposeo. ¿Lo entiendes? Te estás colando. Bombea la sangre hasta que te deja sin aliento. Esa cabellera rubia es ahora mi tortura. ¿Moriré por desear enredarla entre mis dedos? Si es por amor yo muero y si es por querer se supone que quiero.