martes, 13 de noviembre de 2012

Los humanos, olvidan.

— ¿Juntos? 
— Para siempre. 

Sellaron aquella noche en un pacto repentino de amor. Y de ahí a la boda, la hipoteca, los críos, el estresante trabajo y la niñera de siete de la mañana a séis de la tarde. Se olvidarían con los años que una vez se hicieron una promesa de amor. Vivirían esclavos del Estado, tacharían en su lista de cosas imprescindibles los caprichos menos prescindibles y se equivocarían en todas las decisiones que tomasen hicieran lo que sea que hiciesen. Se verían envueltos en una espiral de mentiras que acabarían siendo verdad a medias y aceptando porque no les quedaría más remedio. Se olvidarían que una vez hicieron aquella promesa de amor mientras dan de comer a los tres niños que buscan el cariño de unos padres que se han sometido al capitalismo. Ahorrarían para la universidad de los niños y aspirarían a tener médicos y abogados en la familia. No apuntarían a la pequeña a teatro y evitarían que el grande se comprase aquella vieja guitarra que vio por internet y que prometían que era de su cantante favorito. A la mediana ni siquiera le prestarían atención. Se olvidarían que una vez se hicieron una promesa de amor y cuando se dieran cuenta él ya estaría en la cama con una muchacha viente años más joven que él, ella lloraría en su rincón de siempre y los niños despertarían asustados buscando una familia que al parecer ya no estaba allí. El mayor cumpliría los dieciocho y se marcharía de casa en busca de una estabilidad que se había desvanecido, más tarde, las otras dos, lo harían también. Se olvidarían que una vez hicieron aquella loca promesa de amor y aquella mujer, con casi cincuenta y cinco años a la espalda le pediría el divorcio para acabar con todo de una vez por todas. 

Se olvidaron de las noches en vela pensando el uno el otro. Se olvidaron de los besos al alba, de las risas escandalosas, de los momentos bonitos. Se olvidaron de la juventud, de la verdad, de la rebeldía y de las ganas de comerse el mundo. Se olvidaron de quererse y se quemaron por completo. Se olvidaron de aquella promesa que daba tanto y poco pensaba recibir. 

Él se abrocharía la americana negra y ella se enfundaría en un viejo vestido. Se mirarían al espejo por última vez y derramarían la lagrima más cruel de todas. Se estamparían de golpe contra la realidad y verían escritas en el cristal las palabras que les habían llevado hasta allí. Se sentirían débiles y morirían por dentro. Querrían haberse acordado alguna vez de lo mucho que habían dicho amarse un día antes de dejar que el tiempo los devorase. Pasarían los dedos por aquel viejo espejo una última vez y afrontarían la realidad a la que habían sido arrojados sin piedad. Se mirarían a los ojos por última vez y su corazón se encogería. Una ráfaga helada les azotaría dando un toque de atención y el abogado paliducho carraspearía buscando una mirada de comprensión a sus palabras. Él sonreiría, ella correspondería. 

— ¿Juntos? 
— Para siempre. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario