viernes, 16 de noviembre de 2012

El café es más francés en Barcelona centro.



Rebeca era mi mejor amiga. Nos conocíamos desde hacía tanto que ni siquiera me paraba a pensarlo, era cansado. Ella corría calle abajo mientras yo caminaba con tranquilidad. Ella entraba en aquel café embriagado de olor puramente francés en las calles catalanas y yo ya estaba allí. Metódica, sopesando siempre todas las opciones y nunca olvidando que es lo correcto en cada situación. Ella no se parecía a mi, en nada. Podías ver como empujaba las mesas haciéndose paso entre estas y como chocó contra uno de los camareros echándole el café por encima. Tuve la necesidad de taparme con aquel periódico del día anterior que tenía sobre la mesa para intentar despistarla o que los demás no supieran que yo la conocía. En el fondo era gracioso. Ella pedía perdón de forma reiterada y el chico no paraba de decirle que no importaba. Siempre había sido así. Las espontánea, tan dulce, tan diferente a mi. Rebeca era una belleza. Creo que no había conocido nunca a una chica tan bonita. Yo, en cambio, era todo lo contrario.  La seriedad me había convertido en una mujer aburrida y no destacaba precisamente por ser una top model. Las parejas no se me daban demasiado bien mientras ella solía tener un novio semana sí semana también. No me importaba que llegase a eclipsarme, me sentía bien a su lado.

Una vez, al empezar la facultad, incluso pensé que me había enamorado de ella. Hasta que las dos nos dimos cuenta de que aquello era una crisis de esas de sexualidad que acaban por decirte de golpe que eres terriblemente heterosexual y que lo único que vas a tener con tu mejor amiga es una serie de conversaciones chorras que no llegarán a nada.

En fin. Rebeca estaba sentada frente a mi y yo ni siquiera me había dado cuenta. Su sonrisa era tan brillante que podría hacer que el resto de la cafetería sonriese con ella. Su blusa blanca ahora tenia un tono tierra escupido culpa del café, gracias a Dios no demasiado caliente, y sus leggins apretados seguramente en el camino habían levantado suspiros. Me miró, la miré, y puso sobre la mesa una servilleta con una serie de números que identifique como el teléfono del camarero al que acababa de tropellar. Una mueca se dibujó en mi rostro, esa que quería simular siempre una sonrisa.

- ¿No es increíble? - me preguntó sin dejar que nada ni nadie hiciese desaparecer de ella ese aura angelical que hacía que todo el mundo a su alrededor revolotease como un idiota. 

En todo grupo de amigas hay dos claras y diferenciadas, la rara y la guapa. En este caso no había grupo aunque yo siempre sería la rara y ella la guapa.

Se suponía que si me había citado era por la inmensa necesidad de contarme algo. Siempre me ponían nerviosa sus ideas descabelladas y sus secretos. 

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