martes, 20 de noviembre de 2012

"Sueñadilla"

Soltar un gemido sordo y que todos se enteren. Él me apretaba contra sus caderas y yo a su compás buscaba un placer mutuo que encontraríamos al final de las embestidas, los gritos y la mismísima desesperación. No saber como habíamos llegado a aquello era lo mejor de todo. El tiraba de mi pelo y yo respondía anclando mis dedos a su pecho. Había recorrido cada centímetro de su cuerpo y me había deleitado con la necesidad de tenerle tan cerca. No estaba segura de si aquello era sueño o pesadilla pero estaba allí y estaba para mi. Atrapada en una venenosa espiral de sensaciones ardientes. Él pedía más y yo no reparaba en dárselo. Su cuello fue un tesoro que recorrer, la humedad de mi lengua jugó al juego más peligroso de todos y salió victoriosa. Su sonrisa lasciva me encendía, me hacía arder de pura necesidad. El sudor resbalaba por ambos cuerpos y se entrelazaba de forma enfermiza. Aquel momento era el que toda mujer en su sano juicio hubiese deseado junto a él. Belleza de ojos verdes. Necesidad inminente. Las sábanas en el suelo, la necesidad de morder, arañar, brutalidad y desesperación poco reprimida. Podía haber dicho una y mil tonterías más mis labios quedaron sellados por los de él, por su aliento venenoso que me prometía el cielo con ambas manos. Llegaríamos juntos al clímax y...

Despertaría sudorosa en una cama vacía, como siempre. Mis ojos se abrieron de golpe y me maldije por ello, ya sin saber si era por haber dejado a medias esa famosa "sueñadilla" o porque, en el fondo, siempre había sabido que no era verdad. Mis dedos se aferraron a las sábanas y dejé escapar un gemido totalmente exhausta  parecía haber estado haciendo ejercicio toda la noche. Resbalé de la cama sólo vestida con esa amplia camiseta comprada en el mercadillo y las dulces braguitas de algodón. Mis cabellos alborotados prometían algo que no había sucedido y mi rostro cansado hacía lo mismo. El espejo reflejaba una yo que en realidad no quería estar allí. Era de golpe, siempre antes de llegar al final, yo despertaba y creía, una vez más, que era imbécil. Un hombre como él nunca le haría eso a una mujer como yo. Sentencié, este rostro delgado y sin belleza no se merecía el de un Dios divino. No hoy, nunca. 

3 comentarios:

  1. Quizá él no lo merezca. Quizá ella tampoco.

    M'encanta el terme sueñadilla ;).

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  2. Un sueño que pudo realizarse y convertirse en la historia más bella y soñada.

    Un saludo

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  3. Todos tenemos algo especial que nadie más tiene, eso nos hace unicos e irrepetibles, y eso es lo que eres tu. Unica e Irrepetible, tal vez el se lo esté perdiendo... jajajajaaj

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